martes, 8 de noviembre de 2011

Cuando el amor y la naturaleza se entrelazan

¡Hola a todos! Ya sé que llevo mucho tiempo sin escribir por aquí, pero ello se debe a ciertos problemas burocráticos con mi facultad que me han apartado durante bastante tiempo del blog, hasta el punto de que ni siquiera he podido celebrar el tercer aniversario del blog como es debido. Lo lamento de veras.

Pocos libros describen la naturaleza como mi nueva recomendación, Un viejo que leía novelas de amor (1988), del chileno Luis Sepúlveda, de quien ya recomendé otra novela hace poco. Llevaba años queriendo leer este libro, y las pasadas navidades los Reyes Magos por fin me dieron la oportunidad.

A lo largo de su vida, el protagonista de la novela, Antonio José Bolívar Proaño, ha convivido tanto con los hombres autodenominados “civilizados” como con los indios shuar (más conocidos como “jíbaros” por aquí) y se desenvuelve sin problemas con unos y otros. Sin embargo, son los segundos quienes le han enseñado todos los secretos y las reglas de la selva amazónica, mientras que los primeros sólo saben explotarla y aniquilarla. Mientras tanto, en sus largos ratos en soledad, nuestro protagonista se recrea con hermosas historias de amor…

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Cartel de la película (por desgracia, no he tenido oportunidad de verla)

Esta novela, igual que Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, tiene un mensaje ecologista patente, pero, en el caso del libro que hoy nos concierne, el mensaje es mucho más intenso (se define al desierto como “el gran invento del hombre moderno”), un verdadero canto de amor a la naturaleza. Bolívar Proaño ama como a una madre a la selva y a los que la componen; Sepúlveda entrelaza los nombres de las plantas y animales en larguísimas enumeraciones, que hacen que nos imaginemos en toda su gloria el espeso follaje, las fieras al acecho, los cálidos monzones, los pájaros llenando de alboroto los árboles… En definitiva, la selva, convertida en un personaje más. Bolívar Proaño es un ejemplo del “buen salvaje”, sólo que a la inversa: se crió en el mundo civilizado y, tras diversas vicisitudes, se pasó al lado de la naturaleza, aunque sin terminar de perder el contacto con sus orígenes.

Creo que todos los grandes amantes de la naturaleza disfrutarán esta novela intensamente y, con una pizca de imaginación, se trasladarán junto a Bolívar Proaño en las cacerías y expediciones.

Hasta la próxima página,

La Rebelde de los Libros